No había pensado escribirte esta carta públicamente, pero puede ayudar a alguien. Parece que 28 son nada y a la vez mucho. No es un número extraordinario, pero fue un año que cambió mi vida. Sí, aún más, porque perdí los estribos de mi vida.
Cuando mi madre fue a encontrarse contigo a la eternidad, decidí ponerme un pegamento en mi mano y me sujeté a la tuya. No había una mejor opción para mí, a los 8 años, que aferrarme a ti, a tu amor y protección. No tenía un sostén más seguro y confortable que estar contigo.
Pero este año fue diferente. Empecé a sentir que nada material me daba tanta felicidad. Parece contradictorio porque me permitiste especializarme en el mundo de la moda y en una ciudad puntera para eso. Te lo agradezco enormemente, soy feliz, me apasiona, pero yo quería más. Más de ti y menos de mí.
Te escribo esta carta porque quise soltar los estribos de mi vida, los tenía bajo la presión de mis zapatos para cedértelos a ti. Ya no era suficiente estar pegada a tu mano sino que necesitaba reírme contigo. Sabes muy bien Dios, lo que me encanta comprar, probar nuevas prendas y cambiar. Pero me hiciste ir más allá para comprender que lo que llega a mi vida no puede definirme. Si lo pierdo en unos meses, no me pierdo a mí misma. Es un valor agregado a la esencia de lo que soy.
Por eso te escribo esta carta. Porque reafirmé que una de las acciones que debo hacer con prontitud en la vida –lo más rápido posible- es creer en Dios.
No es una cuestión de religión ni fanatismo sino de amor y espiritualidad. Cuando creo en ti, empiezo a ver tus milagros –diarios- en mi vida. Me siento agradecida, amada y, por lo tanto, eso voy a dar a las personas.
Contigo aprendo a ser más optimista porque tengo la convicción de que todo funciona para mi bien. Le saqué punta a la lealtad. Si quiero que Dios no me abandone –nunca lo hace- debo saber qué es la lealtad, en qué consiste y cómo funciona.
Este año comprendí que hay que perdonar y olvidar rápido. Negar el perdón es ser egoísta conmigo misma. Primero, porque me lleno de rencor y resentimiento; segundo, porque olvido que también yo fallo. Perdono y sigo mi carrera.
Perdono pronto porque no sé si después me puedo arrepentir de haber durado mucho. Además, si me alivia que me disculpen cuando me equivoco, ¿por qué yo no debería de hacerlo? El perdón no es debilidad, es todo lo contrario.
A veces perdonamos y podemos continuar una relación con la persona, en otras ocasiones nos distanciamos. Pero no pasa nada que así es. Gente va y viene. El perdón también.
Gracias a ti, ahora tengo un interior que palpita más fuerte. Son latidos de amor por la vida. Mis ojos buscan esos regalos que me das a diario, esos que no se pagan con billetes. Voy al parque y te siento.
Durante el otoño fui testigo diario de cómo los árboles perdían sus hojas. Aún así, estabas ahí. Yo te sentía. En esos días fríos y nublados de la época estas ahí. Ahora me dejo impactar por los árboles que empiezan a florecer, los pájaros salen de nuevo, los colores se asoman. Sé que estás ahí. Tengo que sentirte y dejarme asombrar.
Junto a ti aprendí a ser más apasionada. Me entrego con más fervor a mi trabajo porque no sé por cuánto tiempo más las podré hacer. Además, la vida está conformada de pequeños instantes. Si no los disfruto, ¿qué es lo que espero gozar de la vida? No me cuesta mucho abrir mi bocota para soltar una carcajada. Pero contigo aprendí a saborear más las risas.
Me enseñaste a ver con más comprensión. Todas las personas me dejan lecciones. Me enseñaste a escuchar más y hablar menos. Me afinaste el olfato para conservar a personas saludables a mi alrededor. El corazón me dice cuáles son, por eso tengo que estar muy conectada con mis ideales, mis sueños y mis valores.
Pero la lección más importante que me diste este año me dejó en el silencio. Un silencio profundo y quizás vergonzoso. Me demostraste que nada de lo que he hecho, ha sido por mí. Nada.
No soy capaz de hacer grandes hazañas sino es por medio de ti. Todo lo que tengo lo he logrado porque, Dios, eres muy grande y actúas por medio de cada uno de nosotros. Así que me dejo guiar, pongo mute a mi limitado y torpe sentido humano. El sentido humano suele ser más egoísta.
Quizás alguien lea esta carta y diga: que intensa. Pero no es cuestión de eso, es de sentir. Hay que permitirse sentir y trasformarse.
Nada malo va a salir de esta confianza, así que perdí mi miedo a lo que pasaría y dejé de escuchar el qué dirán. Yo solté los estribos de mi vida para entregártelos a ti y nada malo me pasó. Al contrario.
Tampoco te escribo esta carta porque yo sea el mejor ser humano del mundo. Simplemente lo hago para agradecerte. Para decirte que estoy aprendiendo esas lecciones que me diste al acabar esos 28.
Así fue como perdí los estribos de mi vida porque te los cedí a ti.
Te amo,