Mamá Millenial

Cicatrices hilvanadas hasta el alma

By Ariana Fernández

July 27, 2020

Es fácil aceptar una cicatriz en tu rodilla que sucedió cuando te caíste mientras corrías por la calle. A veces puede ser sencillo aceptar una cicatriz donde nadie la ve, pero en ocasiones es difícil porque te incomoda saber que esta ahí. 

Hace tiempo vi que mi hijo Nicolás tenía más rasgos de un niño que de un bebé. ¿En qué momento ocurrió eso? Tan rápido que apenas me voy dando cuenta. Los bebés pasan de estar en nuestro vientre a respirar por sí solos(as), emiten sus primeros sonidos, sus movimientos, aprenden a identificar a sus padres, sus sistema digestivo se transforma para poder pasar de tomar leche a ingerir sus alimentos sólidos. De estar en brazos, descubren que pueden alzar su cabeza, dar vuelta, tomar impulso, gatear y caminar. Todas esas evoluciones, las experimentan en sus primeros 12 meses de vida, aproximadamente. 

También: A mis amigas de postparto.

Así de provechoso es el crecimiento de nuestros(as) hijos(as). En un año y algunos meses (desde que fue gestado) su cuerpo se transforma de manera vertiginosa, increíble ante los ojos de una madre. 

Es ese mismo tiempo donde la madre enfrenta cambios físicos fortísimos. Es en nuestro vientre donde ese ser toma forma y donde pasa del tamaño de un frijol al de un melón. La piel se extiende para abrigar a la criatura. Las caderas se ensanchan, los pechos crecen y todo nuestro cuerpo tiene rastro de la creación de la vida que llevamos dentro. 

Una vez la criatura fuera, el bebé crece rápidamente como te lo describí. ¿Y nosotras? A veces las miradas de nuestros seres queridos están en el bebé, pero mamá también esta enfrentando cambios. 

Pasamos de tener esa pancita a ver que nos empieza a colgar porque ya el bebé no esta adentro. La piel empieza a contraerse. Hay a quienes les cuelga, otras a las que no, pero todas empezamos a transformarnos de nuevo físicamente. Unas tendremos las puntadas de un desgarro que han tenido que reconstruir, otras las tendrán por una cesárea o hay quienes no las tienen. A ese punto, el camino sigue siendo largo. 

También: Incompleta.

Empezamos con pechos rotos, pechos grandes. El cuerpo sigue transformándose. Algunas impactadas y otras no tanto. Pero mientras nos enfrentamos a ese proceso físico del cual no sabemos cómo vamos a terminar, hay una criatura que no nos juzga por lo que somos sino por el amor tan puro que le damos. 

Cada vez que reposaba a Nicolas en mi panza post parto no me cabía la menor duda de que todo aquello tenía el sentido más perfecto de ser. La apariencia física no me atormentaba. Pero sí debo ser sincera de que aproveché para verme con pechos grandes. Como nunca los había tenido así aproveché para verme. Evidentemente unos pechos llenos de leche son muy diferentes a unos pechos de implantes; sin embargo, me gusta mucho ser de pechos pequeños. Los senos pequeños no son la belleza en sí misma sino como yo me siento con ellos. 

Esos cambios físicos que enfrenta mamá llevan su tiempo. El mismo tiempo donde nuestra criatura crece. Ellos(as) evolucionan como una obra de arte y nosotras también. 

También: El grado académico para ser mamá es vivir.

Quizás sea difícil que a la vista veas estrías por todo lado, piel que cuelga, celulitis, cicatrices, pero no hay uno solo rasgo de esos que no valiera la pena. Mi amiga Julissa tuvo a sus dos hijos y le incomodaba ver su piel colgando. Siempre me dijo que era mucha y prefirió hacerse una cirugía. ¡Es súper válido!

Sin embargo, con o sin cirugía, solo nuestro cuerpo es increíble, tener otro ser que crece y que tiene vida adentro de nosotras es sencillamente un regalo de Dios. Por eso es que cada una de esas marcas que nos quedan nunca nos pueden hacer sentir menos. 

Con cariño para todas esas mamás mujeronas,

Ari. 

Comentarios

comentario