A veces me parece una ridiculez hablar de esto una y otra vez. Quizás hasta me causa una sensación reiterativa el volver a recordar una fecha como hoy. De vez en cuando pienso: ¿qué más puedo decir si ya lo conté todo?
Pero también cuando pienso todo eso, se me viene a la mente que recordarla es importante. Que pensarla nos mantiene extrañamente unidas. Que hablarle a mis hijos de ella es cultivar un amor que nunca se marchó.
Hoy sí puedo decir que la conozco más que hace 25 años atrás. Pero, ¿cómo puede ser eso posible si ya no esta? Una locura, lo sé. Pero si la conozco más hoy; cuando voy a mi terapia descubro más de ella. A veces con mi psicóloga trabajo temas de mi pasado que me han permitido comprender a mi mamá, conocer un poco de sus sentimientos y de sus acciones. ¡Ha sido maravilloso! Primero porque me ha permitido abrazarla sin verla, segundo porque le ha dado aún más sentido a mi vida y tercero ha cultivado un cariño que parecía no tener forma de cultivarse.
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Hoy que soy madre me encuentro de frente con ella. He llegado a saber cuáles de mis acciones o decisiones podrían incomodarle. De hecho me he permitido rememorar momentos compartidos con ella y saber que si su paciencia de madre estaba extralimitada (jajaja). Ahora la conozco más que ayer.
Hoy que soy mujer y que tengo metas con mis hijos y conmigo misma. Esos caminos nuevos me han permitido saber de ella sin verla y sin escucharla.
Sucede que mientras más la conozco en el silencio más la amo, más perfecta ha sido nuestra historia. Solo con el tiempo he podido estrechar un cariño que ya no se dice “te amo” ni comparte un abrazo. Pero con tanto tiempo transcurrido, brinco de alegría de saber que hoy somos más madre e hija que antes.
Por eso nunca debemos olvidar a aquellas personas importantes que ya no están. Tampoco debemos subestimar el poder del amor que es capaz de crecer aún cuando estamos en dimensiones diferentes.
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