¿Cómo vestir el alma?

Hay ladrones que…

By Ariana Fernández

November 05, 2020

A mí me asaltaron una vez en Costa Rica. Fue un muchacho joven, delgado, en bicicleta y que antes de robarme me tiró un beso. Yo seguí caminando porque no me quedaba otra opción. Las cuadras eran largas y solo habían casas, así que él tuvo tiempo para regresar, sacó una pistola y me pidió el celular. Yo se lo di mientras sentía su nerviosismo y el mío. Me pidió que me fuera y que no dijera nada. Eso hice, me puse a caminar -aunque verdaderamente quería correr- hasta que llegué a mi casa.

Si me encontrara con ese ladrón en el supermercado y me cediera un espacio en la fila no lo reconocería nunca. Si me volviera a asaltar, tampoco. Pero hay ladrones que son cercanos, a veces íntimas personas que tienen nuestras confianza. Esos asaltos son los peores.

Yo enfrenté un asalto magistral. Ese fue mi segundo asalto. Fue alguien muy cercano, en quien confié, a quien amé y en quien creí que velaba por mí. Me robó bienes materiales, pero como lo material nunca ha sido la forma de ganarme lo dejé ir muy rápido.

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Pero ese asaltante no era un raterillo inexperto como el que me robó el celular. Este tenía experiencia. Me estuvo robando mi seguridad y mi autoestima por medio de sus palabras y acciones hasta que llegaron a hacerme dudar de mí misma. Él sabía que robándome esos dos tesoros sería millonario. Sí, millonario porque no hay un precio bajo para el amor propio, ni es barata nuestra autoestima. Eso no es poca cosa, es mucho. Con eso, un ladrón puede hacer lo que le da la gana. Entonces mi ladrón, antes de saquearme la cuenta, ya tenía en sus manos el mayor de mis tesoros: a mí misma.

El ladrón rondó mi habitación, merodeaba mi cama y mi baño. Siempre estuvo al acecho. Cuando recupere la consciencia de aquel robo, yo era una adulta. Tenía esposo, un hijo, una profesión, un negocio, una vida y mi ladrón ya había muerto. No lo maté yo, murió naturalmente.

Hay ladrones que no son desconocidos por la calle sino cercanos; pueden ser padres, madres, tíos(as), primos(as), amistades cercanas, compañeros(as) de trabajo, etc. Hay ladrones que no llegan de manera violenta, ni con una pistola sino que llegan todos los días, con palabras y con acciones que pueden ser tan extremas como el amor y el odio.

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Ningún ladrón es digno de tener algo de ti. No merecen hurtarte dinero, tampoco tu fuerza, mucho menos tu autoestima. Hay ladrones que acaban en prisión y otros se libraron de ella; sin embargo, nosotras tenemos la fuerza para colocar a nuestro asaltante donde merece estar. Hay ladrones que huyen cuando te ves fuerte, cuando no tienes miedo a levantarte y cuando enfrentas el futuro sin miedo a perder. Es ese el secreto de sobrepasar un asalto: no tener miedo a perder.

Hace unos días hable con una amiga sobre esas personas que nos robaron algo importante en la vida y que muchas veces nos dejan un miedo latente a perder. Casi sin miedo a equivocarme, todas hemos tenido un ladrón cerca, así que esto es para ti.

Con cariño, Ari.

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