No soy la mejor en el oficio del hogar, a veces mi horno permanece apago por más de una semana y cuando una llanta se me ha estallado yo la puedo cambiar. No todas preparamos un pastel, ni todos cambian una llanta.

¿Cómo vestir el alma?

No todas preparamos un pastel, ni todos cambian una llanta

By Ariana Fernández

March 07, 2020

Esta soy yo. Recuerdo que cuando yo era niña, mi mamá siempre salía de casa a trabajar. Yo me quedaba en nuestro hogar con la señora que nos ayudaba. Mamá llegaba a la hora del almuerzo y se iba por la tarde a trabajar de nuevo.

Mi madre no era cocinera. Creo que jamás me preparó un pastel. Las pocas veces que la vi cocinar fue un arroz con calamares, una lasaña y uno que otro almuerzo de fin de semana. Algún sábado me calentó arroz, frijoles y me hizo un huevo.

La falta de presencia de mi madre en la cocina no la hicieron menos mujer. Sus nulas horneadas y su poca destreza en el oficio del hogar solo la hicieron irrumpir el estereotipo social de que la mujer se encarga del hogar. Mamá en cambió trabajaba fuera de casa, viajaba, estudiaba, me educaba, me amaba, me cuidaba y podría seguir.

Mi padre fue electro mecánico. Él arreglaba autos, cambiaba llantas y estaba siempre lleno de aceite. Decía que cocinaba, pero no es verdad. Cocinaba bien mal, pero él quiso intentarlo.

Yo soy el resultado de ellos dos. No soy la mejor en el oficio del hogar, a veces mi horno permanece apago por más de una semana y cuando una llanta se me ha estallado yo la puedo cambiar. No todas preparamos un pastel, ni todos cambian una llanta.

Estas somos todas. La mujer ha sido sinónimo de asumir las responsabilidades del hogar: planchar, lavar, limpiar, cocinar, hornear. Es maravilloso si tienes ese don para hornear un pastel. Tengo amigas que hacen unos queques deliciosos y algunos los venden. Es muy enriquecedor que puedan explotar ese don que Dios les ha dado. Pero la mujer no esta encasillada en ningún oficio, sino la cosmonauta Valentina Tereshkova nunca hubiera salido de la Tierra abrazada de sus convicciones.

Mientras escribo esto no puedo dejar de pensar en Fátima, la niña que recientemente fue asesinada en México. Tampoco olvido a Carla Stefaniak, una venezolana- estadounidense que murió en Costa Rica a manos de un hombre que la violó. También pienso en la joven costarricense de 16 años, Fiorella Venegas que murió en manos de su pareja de 22 años. Recuerdo a todas aquellas mujeres que han muerto por el simple hecho de ser mujeres. Son muchas, todas merecen que las recordemos.

Ellas me hacen pensar en el pastel que no hornearon, en la llanta que no cambiaron, o en el sueño que no realizaron debido a un hombre que detuvo el increíble poder de expansión de una mujer.

Somos diferentes. Yo sí me siento diferente a los hombres. Las mujeres somos diferentes, pero no débiles. Tenemos características distintas pero no merecemos un salario menor. Somos disímiles, pero no tenemos que asumir menos salario después de habernos ausentado por maternidad.

Las mujeres tenemos una calidez especial. Aún cuando mi madre no estaba en la cocina, la unión de mi hogar era ella. Mi madre daba luz, alegría, calidez, felicidad y amor. Tras su partida mi casa no volvió a ser como antes. Había un hueco profundo en la armonía de mi hogar. Mi madre, sin hornear un solo pastel, era el corazón de mi familia.

Somos tan diferentes que por eso traemos vida al mundo, por eso alimentamos a nuestros hijos(as) con nuestros pechos, por algo nuestros(as) hijos(as) viven emocionalmente ligados a nosotras durante sus primeros tres años de vida.

Yo tengo vagina en lugar de pene. Tengo senos. Menstruo. He estado embarazada y he dado a luz. Estudié. He renunciado a sueños para asumir otros. Me he enojado con mi esposo y nos hemos reconciliado. He pasado de estar feliz a sentir tristeza. Me han gritado palabras feas en la calle, he sentido miedo. La persona que más abusó de mi fue mi padre.

Aún cuando me pasan todas esas situaciones siempre he tenido la convicción de que no soy la mujer en la que nos encasilla el machismo. Soy feminista y me enfrento a diario con mis ideales y mi realidad. Lucho todos los días desde casa, educando a mi hijo con toda mi fuerza para romper con el machismo.

La lucha es constante, diaria, desde casa o desde nuestros oficios. He tenido que abrazar mucho mi forma de ser para poder sentirme bien sin preparar un pastel y cambiando una llanta. Y así voy a continuar.

Feliz día a todas las mujeres,

Ari.

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