¿Cómo vestir el alma?

Todos los días son 25 de noviembre ❤️

By Ariana Fernández

November 26, 2019

La primera vez que mi vida se vio transgredida por violencia doméstica no supe qué hacer. Llevo guardado ese día en mi memoria. Mi padre y yo habíamos tenido una discusión muy fuerte que acabó con la intención clara, firme e intimidante de un golpe. Yo estaba petrificada, llorando y muy desilusionada.

Me desilusioné de mi padre, pero más de mí. Siempre había sido alegre, con carácter, muy definida en mis valores y hasta mandona ¿por qué no había podido defenderme? Cómo pude permitirlo. Cómo pude ser tan firme en otras acciones, pero para defenderme no lo había conseguido.

Entre el dolor de ver cómo mi padre y yo estábamos en una pelea. Entre el miedo paralizante de que te maten a golpes. Entre el desgarrador sentimiento de ver que quien te besó, te abrazó y te cuido es ahora tu depredador. Entre la confusión de no saber si tienes culpa de aquella detonación. Entre el ruido de los gritos y los comentarios destructivos que me dejaban vacía. Entre todos esos sentimientos que afloraron tras esa situación, brotó en mi la espera. Yo esperaba que aquel incidente hubiera sido muy espontáneo, que pudiera borrar de mi memoria, de mi autoestima y que no se repitiera. Yo esperaba con muchas ganas no vivirlo de nuevo.

Sin embargo, fuimos cumpliendo el ciclo de violencia. Sí, porque a los días mi padre fue muy dulce, servicial y bondadoso. Mi relación con papá estaba algo dañada (se los conté más profundamente en mi libro de Cómo Vestir el Alma) por lo que era muy difícil hacer como si nada hubiera pasado.

La espera de que no volviera a suceder me traicionó. Papá acumuló toda la tensión necesaria para estallar el ciclo de violencia nuevamente. La alerta del miedo que recorría mi cuerpo se hizo más perenne porque comprendí que la esperanza de que aquello acabara no se veía por ningún lado.

Me prometí que la siguiente vez estaría preparada para defenderme. Pero me fallé porque en todos los episodios de violencia de mi padre no pude hacer nada. Todo fue más intenso. La tristeza había extendido su raíz, el miedo se adhirió a mis músculos, la desesperación no me dejaba pensar, la soledad me hacía lo que mejor sabe hacer: sentirme sola, el perdón no lo contemplaba ni conmigo misma, la autoestima me había abandonado. Aún lo recuerdo y se me estremece la piel.

Mi salida de aquel episodio de violencia estuvo muy guiado por personas increíbles (se los conté en el libro). Entre el miedo de mi padre de quedar muy expuesto como agresor, entre las mujeres que me ayudaron y mi voluntad por recuperarme, me retiré de la batalla de mi papá y me marché de casa, literalmente. Nunca me enfrenté al acoso o la persecución de mi depredador, no tuve que poner ninguna medida cautelar y eso me ayudó porque mi papá sólo me dejó ir. Dentro de todo, me tocó fácil porque no imagino la angustia que se vive en una amenaza.

Sobreponerse de un periodo de violencia es muy duro. Es como volver a nacer porque tienes que construir de nuevo tu personalidad, tus valores, tus gustos y tus ideales. Es como volver a moldear una mejor versión de ti. Yo perdí amistades, afiancé otras. Divagué mucho en determinar qué quería de mi vida. Tuve que reafirmarme una y otra vez lo hermosa, lo inteligente y lo valienta que soy. Regresé a mi forma extrovertida de ser solo que ahora soy más hermética y me gusta cultivar las relaciones con el tiempo. Tengo la necesidad de meterme en mi cueva de vez en cuando y parecer introvertida. Me equilibra.

Te cuento esto con dos intensiones primordiales (hay muchas) pero me quiero enfocar en estas dos:

La primera es para decirte que la violencia contra las mujeres sucede. Sucede mucho. Cuando mi padre fue capaz de llegar a esa situación comprendí que cualquier persona es capaz de hacernos daño: un novio, un amigo, un primo, un tío, un vecino, un profesor, un esposo, un padre… Así que ojalá que cuando empecemos a entablar una relación con alguien podamos ir leyendo entre líneas sus valores, sus principios y cómo trata a los demás. Si de verdad no va con los nuestros: déjalo ir que estas a tiempo.

Segundo. Hay agresores capaces de todo, hasta de matar. Pero recuerda que no estamos solas. Pide ayuda. Nunca nos enseñan en la escuela cómo saber que vivimos violencia, ni cómo salir de eso. Tampoco nos enseñan a acompañar a una víctima. Así que si eres víctima de violencia pide ayuda: una psicologa, una institución, un familiar/amiga… A veces no la externamos por vergüenza, pero recuerda que esto pasa mucho, me sucedió a mí, a una amiga mía, a una compañera de trabajo y podría seguir.

Si tu no vives violencia, pero tienes una amiga que sí: no te alejes de ella. Te lo explico. Si tienes una amiga que tiene un novio agresor y le insistes para que lo deje, pero tu amiga no te escucha y se queda con él. Es muy probable que tu te enfades con ella y hasta llegues a alejarte de esa amistad. No lo hagas. No la dejes sola porque eso busca el agresor. Los agresores vacían a la víctima, le extraen sus valores, sus convicciones, entre otros, y le crean una dependencia. No te alejes. Motívala, acompáñala aún cuando eso implique muuuuucho tiempo.

Recuerdo que la primera vez que celebré un 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer fue a mis 16 años. Me puse una blusa naranja y nadie sabía por qué. Al año siguiente usé un lazo y tampoco nadie lo usó. Pero espero que este 2019 seamos muchas las que unimos nuestras fuerzas contra la violencia todos lo días de nuestras vidas.

Con mucho cariño,

Ari.

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