¿Cómo vestir el alma?

Querido Dios: estar contigo

By Ariana Fernández

November 26, 2020

En mi casa creímos en ti siempre. Recuerdo ver la Biblia de mi madre subrayada, con anotaciones y recortes. Mi madre conoció de ti por medio de tus escrituras. No recuerdo a cuántas misas fui con ella o cómo eran nuestras oraciones. Pero tengo la leve noción de sentir que un Padrenuestro iba a cambiar el rumbo de mi vida.

Cuando mi madre murió, mi tía se encargó de llevarme a misa todos los domingos. Era extraño porque mi tía decía que era atea, pero siempre me persignó antes de salir de casa. Era atea, pero me llevaba a misa. Me dio la sensación de alguien que no quiere creer en ti, pero que sabe que sin ti todo sería un error.

Quizás por eso crecí creyendo que las acciones humanamente buenas me harían ganar un puesto a tu lado cuando yo muera. Pensé que un Padrenuestro curaría mis heridas. Idealicé que una oración tenía que ser repetitiva para que me escucharas, y continua para subir cada día un peldaño que me acercara a ti. Creí que mis acciones buenas sumarían puntos para mi viaje a la eternidad. En otro tiempo llegué a pensar que por medio de las promesas que yo te hiciera, podrías atenderme más pronto.

Depositar la esperanza en esas malas creencias es un tropiezo a nuestra fe. Muchas(os) desertan en el camino. No los juzgo porque comprendo que es difícil orar esperando pan en la mesa, pero verla vacía.  Es complicado orar por paz cuando vives en un ciclo de violencia. Es duro orar por un futuro mejor y sentir que no avanzamos. No nos vayamos muy lejos, Dios, vivimos tiempos retadores. Se acerca la navidad y este año muchas(os) han perdido familiares, cerrado negocios, su economía flaquea, no tienen alimentos y podría seguir.

También: Hay ladrones que…

La mayoría de mis años de vida creí que día tras día agradarte era difícil. Imagínate, soy humana y me equivoco muchas más veces de las que quisiera. A veces me enojo muy rápido, otras veces no amo a mi prójimo como a mí misma, me frustro, a veces no soy servicial. Viéndolo desde esa óptica, día a día mis peldaños para llegar a ti se quedaban a veces sin subir.

Pero hace unos días atrás te comprendí. Estuve terriblemente equivocada. Humanamente extraviada. Viviendo en desamor y sin entenderte como padre. Ya tú tienes mi vida entera, mi alma es tuya y mi corazón también. Tienes todo de mí, no por lo que yo haga sino porque desde siempre me elegiste (nos elegiste); solo tuve que dejarme llevar por ti.

Ese eres tú: amándome si pronuncio un Padrenuestro o amándome sin decir nada. Pidiendo salud o sin pedirla. Amándome solo en gracia a lo que me das, gracia en tu compañía, gracia en tu amor. Estoy salva por ti, no por mí misma. Yo ya tengo espacio en la eternidad solo debo hablar de lo maravilloso que es dejarse caer en ti.

También: Querido Dios: la vida eterna me genera ansiedad.

Hace muchos meses atrás leí Job. Que hombre más firme y fuerte para la fe. Lo dejaste sin familia, sin nada, peleó contigo, te habló fuerte, lloró, pero jamás dejó de creer en ti. Job no podía hacer nada para ganar la eternidad porque no tenía nada que entregar.

Mejor dicho, tenía todo para ir contigo: su fe en ti. Una fe que está en las buenas y en las malas.

Con eso aprendo que estoy contigo no por lo buena que yo sea sino porque tú me elegiste. Tampoco estoy contigo por lo sencilla que haces mi vida, sino porque no hay nada que hagas sin sentido. Tampoco estoy contigo porque soy extraordinaria sino porque tú me elegiste. No oro para llegar a ti sino para estrechar mi relación contigo.

Gracias por hablarme en tus escrituras,

Te amo,

Ari.

Comentarios

comentario