¿Cómo vestir el alma?

Querido Dios: tu silencio me ha transformado

By Ariana Fernández

February 24, 2020

Cómo te explico esto sin herirte ni ofenderte. Estoy segura que lo supiste desde siempre y mucho mejor que lo que yo sabía de mí. Hace unos tres años te escribí una carta donde te entregué mi vida entera. No me arrepiento de eso; es la mejor decisión que he tomado.

Se experimenta una sensación increíble cuando una encuentra ese amor desmedido que tu eres capaz de dar. Alucino con saber que ahí estas, que me ofreces todo para ser feliz y que me cuidas. Me reconforta saber que tu amor por mí es tan inmenso. Me da alivio entender que me creaste y que me conoces.

También: Querido Dios: perdí los estribos de mi vida

Sin embargo, hace un tiempo atrás hubo una situación que me puso en una dura batalla: tu silencio. En aquel momento me estaba bajando de una montaña rusa de emociones, mareada y con mis pies temblorosos. Me sentía lejos de ti, sola, sin poder concentrarme y sin escucharte. Quise hacerme la que no pasaba nada porque cómo podía sentirme así cuando siempre he creído en ti.

Mis días oscuros continuaron, no me entendía a mí misma y me abrumada por tu silencio. Intenté obviar aquel sentimiento porque la comida en mi mesa no hacía falta. Tampoco escaseábamos de salud. Tengo un hijo maravilloso, al que puedo educar y ver crecer. Entonces, ¿cómo podía reclamar tu silencio si me seguías bendiciendo?

Yo necesitaba escucharte. Yo quería que tu silencio se transformara en tu voz. Me imaginaba teniendo tu Whatsapp para invitarte a tomar un café, saludarte con un abrazo y escuchar tu voz. Pero tu silencio sacaba raíz. Me sentía más lejos de ti. Me enojé contigo porque no entendía por qué no podías atender mi necesidad de verte, de escucharte o de sentirte a mi lado.

No concibo mi vida sin creer en ti, así que tu silencio me hizo reinventarme en la manera en que te busco. Mi vida ha cambiado, tengo prioridades distintas, sueños y compromisos diferentes que me limitaron el tiempo que solía dedicarte. Empecé a destinar más minutos a esos pendientes humanos y relegué el tiempo que pasaba contigo. Eso fue un abono perfecto para que la raíz de tu silencio se extendiera.

Hace unos años cuando caminaba al parque te hablaba, te escuchaba y te sentía. Hoy manejo más de lo que camino y, por lo general, voy hablando con mi hijo o pensando en lo que tengo que hacer. Por eso tuve que descubrir que si antes te encontraba en el parque, ahora te encuentro en casa. Si te miraba en la naturaleza, hoy te veo en mi hijo. Lo que estoy aprendiendo es que encontrarte no depende de un lugar, depende de mi disposición de verte donde quiera que yo este.

Tu silencio me ha ido enseñando a cortar la hipocresía. Decir que creo en ti es facilísimo, pero seguirte en el silencio, aún cuando no te entiendo lo que haces, es la verdadera demostración de la fe.

Durante ese silencio estuve condicionándote. Cuando oraba te hacía promesas. Ya sabes, si tu me ayudas con esto, yo te hago esto otro. Tu silencio continuó y mucho tiempo después me hiciste comprender que esas promesas no eran un sacrificio sino que eran condiciones. Yo prometía para que no me fallaras, para que no tuvieras escapatoria. Sin embargo, no se puede creer exigiendo resultados. Se cree porque se cree.

En esta etapa silenciosa me tocó regresar a mis raíces. Me hiciste cuestionarme por qué quiero alcanzar mis metas y sueños. Encontré respuestas sorprendentes de mí misma. Así que me replantee que todo cuanto hago es para tu servicio. No consiste en hacerme grande si el grande eres tú.

Rebuscando en mis raíces encontré esos dones que me has dado. Los había guardado porque creí que mi tiempo no alcanzaba para atenderlos. Llegué a pensar que desperdiciaba el tiempo cuando me sentaba a pintar, por ejemplo.

He entendido que entre más cultivo mi relación contigo, más me retas. Ya no solo basta con decir que creo en ti; tampoco es suficiente entregarte mis asuntos. Ahora también me toca cumplir, entender tu forma, escucharte en el silencio, sentirte en cualquier lugar en el que me tengas y hablar contigo a diario.

Nunca un silencio me había incomodado de esa forma. Nunca un silencio había durado tanto. Jamás un silencio había sido capaz de sacar una mejor versión de mí. Esos silencios llenos de estruendos de amor solo los puedes dar tu.

Hoy puedo entender con lucidez que con tu silencio has construido mi fe y mi esperanza. Vuelvo a dejar esta carta pública porque quiero que transformes el silencio que muchas enfrentan. Quiero que ese silencio sea el paso para agarrar tu mano y seguir caminando a tu lado.

Te amo,

Ari.

Comentarios

comentario