Es verdad que tengo poco tiempo de vivir en la década de los 30. No es como que llevo 7 años de experimentar este tercer piso, que llaman. Sin embargo, sí estoy segura que justo cuando llegamos a los 30 sentimos un cambio fuerte en nuestra vida. Cuando nos vemos en el espejo corroboramos que la vida pasa y que ahora en el espejo nos percibimos diferentes.
Cuando estamos en la década de los dieci tantos pasamos por muchas etapas: a los 12 somos unas infantes que van para la secundaria o sea que nos sentimos “grandes”. Dejamos los juguetes (barbies, carros, álbumes de stickers, lo que sea) guardados para empezar la adolescencia. Nos vemos al espejo y queremos aparentar más edad.
Bueno, como ya sabemos, en la pre adolescencia y la adolescencia nos sentimos incomprendidas, lo que hoy nos gusta mañana no. Era el mundo contra nosotras, así que cuando nos mirábamos al espejo nos veíamos con ilusiones y con ganas de tener experiencia. A mí en lo particular me importaba era tener buenas calificaciones en el cole para que no me negaran el permiso para las primeras fiestas.
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Cuando llegamos a los 18 años nos convertimos en mayores de edad. En esa década pasamos de niña a mujer. ¡Wow! Por eso es que los primeros años de los 20, los sentí como una extensión de los dieci. En la década de los 20 estudiaba en la universidad, ya había conocido a Elías y salía mucho -muchísimo- por las noches. Para ese momento no estudiaba periodismo entonces me permitía llevar menos materias de una profesión que no era mi pasión. Como ya vivía sola presupuestaba de manera limitada mis pagos básicos y lo demás era destinado para ropa y salir. Cada vez que me veía al espejo estaba alistándome para ir fuera de casa y sentía una libertad increíble. Pero hay una etapa de los 20 que queremos/necesitamos buscar empleo. Ansiamos dinero y experiencia profesional.
A los 20 te pones una falda corta (en mi tiempo estaban de moda), tacones altos, te maquillas y sales de fiesta. Si la entrada cuesta 20 mil colones ($40 aprox) no importa porque tienes que estar ahí. Trasnochar es nuestro modus operandi: por salir o por terminar trabajos de la U. A los 30 ir de fiesta implica dormir una semana entera para recuperarse. Ya no nos gusta pagar caprichos por entradas a los bares. Ahora pagamos por una buena cena: gastar en comida es ampliar nuestro conocimiento gastronómico. Si preferimos cerveza compramos una buena cerveza, a los 20 era la más barata.
A los 20 nos miramos al espejo y solo vemos juventud eterna. Pensar que nos puede salir una arruga es inimaginable. Nos dormimos con maquillaje y no usamos bloqueador solar. Nos sentimos eternas. Pero a los 30, cuando nos vemos al espejo nuestro cuerpo y rostro ha cambiado. ¡Es real! No estamos feas, no; pero ya notamos la diferencia. Así que corremos a comprar desmaquillante, hidratante, bloqueador y hasta una crema antiarrugas.
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Cuando me miro al espejo a los 30 y después de haber hecho ejercicio, doy gracias a Dios por la oportunidad que me da de cuidar mi salud, de respirar y sentirme con energía. A los 20 me veía al espejo buscando el cuerpo perfecto y que desperdicio de tiempo. Con los 30 la opinión ajena empieza a perder protagonismo. Yo diría que nos hacemos selectivas para escuchar comentarios constructivos, lo demás se desintegra en el aire, o al menos eso intentamos. Esta es la sensación más liberadora de los 30.
La situación a los 30 se pone seria. Tenemos deudas, responsabilidades, en algunos casos familia y buscamos ser mejores personas física y emocionalmente. Mientras a los 20 te ves en el espejo sola; a los 30 miras a tus padres y a tu familia. Te das cuenta que la familia no es eterna y requiere tiempo de calidad y, a las vez, descubres lo bonito que es pasarla con ellos(as). Si ves con atención al espejo, te das cuenta que muchos de los defectos que le recalcabas a tu madre los tienes tú. Sí, muchas cualidades que te molestaban de ellos(as) son parte de nosotros(as), pero así de consciente lo podemos trabajar diariamente. Lo que llamamos una mejor versión de nosotras.
Pero a los 30 cuando te miras al espejo pesa más todos esos conflictos que no hemos solucionado. A veces rencores contra nuestros padres, hermanos, vecinos, primos, amigos, amigas, en fin, sabes que debes trabajar en ello si quieres disfrutar de la vida sin amarguras. Los 30 son esa confrontación con tu pasado donde lo abrazas o sigues cargándolo a cuestas. A los 30, no es obligación, pero es necesario perdonar.
Los 30 nos extienden las alas. Queremos volar con estilo. Hemos -o estamos- sanado. Disfrutamos de la recompensa del perdón. Nos volvemos selectivas. Disfrutamos desde la genuinidad del alma. Valoramos el tiempo porque aprendimos que en realidad el tiempo no lo poseemos. A los 20 vives la vida y a los 30 la sigues viviendo con más plenitud.