Venir a París en el momento en el que yo llegué es una mezcla de emociones. Arribé a la cuidad del amor para celebrar mi aniversario de boda. Sumergida entre felicidad y ganas de seguir coleccionando más días junto a él. Pero a la vez llegué a la ciudad blindada.
Francia es un país a la defensiva de cualquier atacante del terror, y no es para menos. Apenas salí del aeropuerto, una mirada fría y capaz de desnudar a cualquiera pasó cerca mío. Era un militar queriendo ver más allá de mi, con sus ojos azules capaces de intimidar a cualquiera.
Sin embargo, pese a esa situación París era el mejor lugar para celebrar. Era una mezcla entre estamos aquí disfrutando pero preparémonos por si tenemos que salir corriendo. Bien dice el dicho que cuando toca, toca. Así que mejor no darle mucha vuelta al asunto.
Al fin y al cabo París es una ciudad como ninguna otra. Acumulada por historia, una potencia mundial, un paraíso en cada rincón. Es lo que yo llamo un epicentro de la moda, de los negocios, de la economía, en fin, podríamos seguir.
Dentro de los muchos lugares que visitamos estaba el Palacio de Luxemburgo y sus jardines. Y, como París es más frío que Madrid, tuve que llenarme de capas que me cubrieran del frío (un frío aún leve para los parisinos).
Llevaba en mi interior una blusa cuello tortuga. Encima un vestido de mezclilla con un suéter negro. Además utilicé un abrigo gris que después me quité gracias al sol que empezó a calentar. Utilicé unas mayas con detalles en dorado, mis zapatos negros (que les mostré por mi instagram: closethispano). Y como ya saben que me encantan los pañuelos, utilicé uno que me traje desde Costa Rica.
Pronto les comparto más en otro post, un beso,
Ari.