París siempre camina muy rápido. Los parisinos, los turistas, el tiempo, todo es muy acelerado. Siempre he dicho que es una ciudad arrolladora. Dentro del rígido horario que teníamos para conocer parte de la industria de moda, me permití posponer el almuerzo para llegar a un lugar donde convergen muchos sentimientos.
Pintado de colores, con una forma estructural muy diferente a los de la par, clausurado y enmarcado por unas barras metálicas con un escrito por parte del gobierno fue lo que me encontré al llegar a Bataclan.
Crucé la calle y había todo un memorial para las víctimas de los atentados. Candelas encendidas aún cuando llovía, flores frescas y otras marchitas, banderas de muchísimos países, fotografías, cartas, carteles, infinidad de detalles. Había una señora encendiendo una vela, la dejó ahí y se marchó. Yo llegué sin nada que dejar, con mi maleta, con la cámara, una sombrilla, la curiosidad, el sentimiento y la disposición de leer más de lo que cualquier noticiero pudo decirme.
Me tomé el rato para recorrer el memorial. Observé cada foto, leí lo que podía comprender hasta que un gran cartel se vino abajo, quiero creer que por el viento, y pegué un brinco merecedor del oro olímpico en salto largo. Con medalla en mano lo coloqué de manera que no se volviera a caer y acomodé de nuevo unas flores que estaban abajo.
No podía quedarme mucho tiempo, pero si estuve lo suficiente para comprender que es la esquina de los sentimientos. Unos caminan en dirección de norte a sur rencorosos por los tiroteos del 13 de noviembre; otros de sur a norte son los sobrevivientes temerosos. Quizás de este a oeste pasan quienes no sienten nada porque no se enteraron (voy a pensar que los niños); y en dirección contraria los que han logrado no recordar o no sentir porque también hay quienes tienen esa facilidad. En el carril del frente pasarán los melancólicos recordando el Gran Café Chino, sus múltiples transformaciones, quiebras, conciertos y colores. Y detenida estaba yo, contemplando a cada uno de ellos y a otro tanto más que tenían más direcciones y sentimientos.
Eso fue lo que me propuse este año, sentir más. Sentir para mí es leer lo que nadie puede describirme. No puedo dejar que la vida pase tan rápido. Cada lugar, cada situación y cada persona tienen que dejarme algo más que sólo lo que ven mis ojos. Y eso fue Bataclan para mí: un meollo de emociones que todos experimentamos en algún momento.
A veces nuestro Bataclan es una persona o una circunstancia que se nos presentó en la vida. Y aunque llegué a esa esquina como un testigo sentimental, supe de inmediato que es saludable vivir el ojo huracanado de los sentimientos y más saludable es dejarlo ir después. Así que una vez que sentí y que comprendí me retiré, no sin antes levantar el cartel que nuevamente cayó al suelo. Parecía como si alguien me decía hola y adiós.
Con todo mi sentimiento,
Ari.