Algunas ya saben lo que me gusta escribirles en esta sección de ¿Cómo vestir el alma? (pueden verla aquí). A veces lo relaciono con moda o belleza, pero lo más importante es que nos empodere un poco en este mundo.
Un día de estos me puse a pensar en cuántas veces tengo que ir al Parque del Retiro para que deje de sorprenderme. Cuántas veces ve un francés la Torre Eiffel para que ya no le impacte, para que ya no piense en que es un punto donde muchos sueñan con llegar.
He tenido la oportunidad de ir a Francia tres ocasiones durante este tiempo. Cada vez que estuve ahí fue por motivos distintos y en ninguna me cansé de verla. ¿Cuántas veces tendré que ir para que no sienta lo mismo?
Cuando salgo a diario me encuentro algún detalle que me sorprende. Un día de estos caminaba hacia mi casa y de repente noté que los árboles, que estaban sin hojas, habían florecido de nuevo. Así me pasa muy seguido. Sé que me sigo sorprendiendo porque estoy dentro de una cultura muy diferente a la nuestra, en todo sentido. Son diferentes en la forma de hablar, de comer, y quizás eso no asombre tanto porque esas diferencias las tenemos todos. Pero son distintos en detalles que simplemente desconocemos, por ejemplo ir a conocer un lugar es ir a ver un castillo, un monasterio metido en una montaña o palacios hechos por millonarios herederos de la corona cerca de 1661 como lo fue Château de Versailles
Cuántas veces ocupa un mexicano pasar por la plaza Garibaldi como para que el sonido de los mariachis no le emocione, o cuántas veces un peruano llega a Machu Pichu como para perder la ilusión. Cuántas veces necesitarías ir a las Cataratas de Iguazú como para que deje de impresionarte. Y así podría seguir enumerando todo lo sorprendente que nos rodea y que, a veces, le perdemos el gusto.
Cuántas veces hay que ver a las Meninas en el Prado como para perder el valor que representó la obra para Velázquez y para la misma Infanta Margarita. Cuantas veces hay que ver las obras de Pollock como para que deje de emocionarnos como su forma más abstracta e innovadora de la época fue salpicar la pintura. ¿Cuántos libros dejamos de leer como para creer que todo lo sabemos? Bien lo decía Cervantes: “el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho“.
Quizás suene muy drástico, pero es que nos sucede a diario. Cuántas veces necesitamos despertarnos en una cama como para olvidar que somos privilegiados por ello. Escuché en las noticias un testimonio de una venezolana que al mes sólo logra comprar tres porciones de pollo, y eso que tiene a su marido y a su hija. ¿Cuántas veces comemos pollo como para olvidar agradecer que lo podemos consumir varias veces en un mes? (Se los comparto aquí porque no podía adjuntarlo en grande, aquí)
Y también nos sucede a menudo dentro de este mundo de la moda , les pregunto ¿cuántas veces usamos unos zapatos nuevos como para que deje de emocionarnos? ¿Cuántas veces usamos un collar para olvidarlo? Peor aún, cuántas veces o qué circunstancias suceden como para que salgamos a la calle sin la emoción que nos da lo que llevamos puesto.
Y esto lo traigo hoy aquí porque estoy haciendo una dinámica de anotar a diario (mañanas y noches) 5 acciones que agradecer. Conforme lo voy haciendo descubro más detalles a los cuales prestarle mi atención, recuerden que en lo que nos enfocamos: crece. Me aumentó la necesidad de valorar hechos y elementos que antes daba por un hecho. La exigencia y nuestro empeño por cumplir nuestros anhelos es importante, pero para alcanzarlos debemos agradecer y no olvidar esos pequeños regalos que nos rodean.
Leí esta frase hace algunas semanas en un libro de moda: «en los detalles está Dios». ¡Que tan cierto!
¡Que nadie las detenga!
Ari.