Perder siempre es difícil. Dejar ir algo nuestro nos mueve los sentimientos. Quizás nuestros padres y madres hicieron un intento sobrenatural para que pudiéramos ver la pérdida como un episodio cotidiano del cual hay que sobreponerse.
A lo mejor perder un partido de basquetbol fue un momento triste y difícil de superar. Pudo ser un concurso de la escuela, del colegio. En fin, intentamos ver de manera saludable que la pérdida es parte del proceso y que debemos seguir intentándolo.
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Para mi hijo Nicolás perder un juguete puede ser una frustración y tristeza tremendas. Pero en otras ocasiones no significó nada. Cuando están más grandes perder acarrea la misma frustración junto con otro montón de sentimientos más. Lo cierto es que niños o grandes, dejar ir algo valioso nos puede sacar las lágrimas.
Cuando hablo de perder no solo me refiero a objetos o concursos. También quiero referirme a personas, a seres queridos. Pensar en no volver q verlos(as) nos genera un ansiedad y/o tristeza profunda. Sé que nos ha sucedido.
Una pérdida dolorosa, de la que nadie te habla, de la que no quieres ni mencionar es cuando las mamás pierden a sus hijos(as) durante el embarazo. No estamos hechas para perderlos (as).
Hace unos días escuché decir a una amiga que su bebé fue como una estrella fugaz; vino, pero se fue muy rápido.
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Me he dado cuenta que muchas chicas enfrentaron -o están enfrentando- esta difícil situación. Primero la noticia las llena de alegría, ilusión y expectativa. Después se apagaron todas esas luces y es cuando el vacío, la incertidumbre y el enojo ocupan un lugar importante. El silencio de esa perdida hace más tortuoso el caminar.
Saber que muchas mujeres enfrentan esos momentos me ha hecho grabar un episodio de #MamaMillenial el podcast para hablar con otras mamás que sí han enfrentado esas perdidas. Entre más nos escuchemos más acompañadas nos vamos a sentir. Y entre más acompañadas, menos culpables de cuando las cosas no nos salen bien.
Con cariño,
Ari.
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