Por: Ana Laura Araya. He escuchado varias veces, de diferentes mujeres casadas y solteras: “si hay que invertir en algo durante la boda, es en el fotógrafo de bodas”. Como fotógrafa, que ha trabajado en varias bodas, y como mujer que se casó el año pasado, tengo que decir que este tema siempre me ha dejado pensando.
Entiendo perfectamente que las fotos (o el video, que ahora está muy de moda) son lo único que permanece después de la boda además del recuerdo. Son esas imágenes las que nos llegan a recordar de algún detalle que simplemente quedaría en el olvido, que reviven cómo nos sentimos en ese justo momento. Son esas fotografías con las que soñamos mostrarle a nuestros nietos. Soñamos con la foto que van a enmarcar los suegros para colocarla orgullosamente en su sala o con el álbum incluido en el gran paquete del fotógrafo, de páginas gruesas y con tapa dura.
Cuando yo estudié fotografía me dijeron que habían un millón de fotógrafos que vivían de esta profesión en Estados Unidos. Hoy en día, cuando estamos en busca del fotógrafo perfecto para nuestro día especial, no contamos con una o dos opciones, como probablemente fue el caso de nuestros padres. Ahora no es solamente la foto posada con los novios en el centro, la familia de la novia a la derecha y la del novio a la izquierda. Ahora está de moda (y considero que continuará) captar lo natural, la expresión del novio al ver a la novia por primera vez, las sonrisas y miradas, los detalles enfocados con un fondo borroso.
Mi prima Carolina se casó el pasado 25 de febrero. Aunque al pasar de los años no nos vemos tan frecuentemente como antes, ella tiene una gran parte de mi corazón. Ella, al igual que otra prima, fue la hermana que mis papás no me dieron. Desde niñas y con ellas aprendí a compartir. Entre las tres nos mantuvimos entretenidas durante nuestros primeros años de vida, ahorrándoles a los papás lo que ahora sería mucho dinero de niñeras. Vivíamos a la par y constantemente teníamos pijamadas. Es por esta razón que el día de su boda tenía un significado especial para mí.
La fiesta estuvo alegre, divertida, lo más bonito fue ver lo relajada que estaba Carolina. Se notaba que los novios habían trabajado para cada detalle: los arreglos por mi tía, la mamá de Carolina, el photobooth, el carnaval. Fueron detalles escogidos única y exclusivamente por Carolina y su novio/esposo José. Ellos se veían felices, disfrutando del único momento de sus vidas en donde estarían todos sus seres queridos reunidos.
Unos días después de su luna de miel, Carolina me llamó, me dijo que algo muy triste había sucedido y que pensó inmediatamente en mí. Con risas en medio de los nervios, Carolina me explicó que la fotógrafo de bodas se acaba de ir de su casa y que había perdido todas las fotos. Carolina no lloraba ni gritaba. Carolina se reía. Pero era una risa de negación, de no poder creerlo. “No, no, no, no, no, no, no… “ le dije una y otra vez. Yo continuaba diciéndole que no podía ser posible.
Mi corazón todavía sufre. Carolina no va a tener la historia para contar con imágenes, la foto para enmarcar, el libro con el cual rajar. No tiene la foto caminando hacía el altar, la posada de la familia que todos esperaban. Los familiares vinieron de diferentes lugares, todos luciendo elegantes, arreglados, bonitos, pero no habrá recuerdo físico.
Como prima fotógrafa histérica hice todo lo posible para lograr recuperar lo que en algún momento fue captado en esa tarjeta de memoria. Me encontré con la fotógrafa, la cual sigue apenada y arrepentida. Llevé la tarjeta para hacer un recovery con un amigo, aunque la fotógrafa ya le había hecho cuatro intentos diferentes. Compré un software para recuperar jpegs dañados. Pero los resultados fueron los mismos de la fotógrafa: las fotos fueron eliminadas. Ella pensó que las había pasado a la computadora, así que tomó nuevas fotos por encima de las de la boda. Las fotos están perdidas, por siempre. No hay marcha atrás.
La fotógrafo de bodas les devolvió el dinero, les ofreció el cielo y la tierra, les pidió una y mil disculpas. Les ofreció una sesión para re-vivir ese día. Además, todas las sesiones que quisieran, por el resto de sus vida. La fotógrafa cometió un error humano. Ella no verificó, quizás por falta de experiencia, que las fotos estuvieran guardadas antes de presionar un botón que cambiaría la vida de Carolina: borrar todas.
Los accidentes y los errores humanos pasan. Tenemos derecho a equivocarnos. Pero pesan mucho cuando esas equivocaciones nos tocan la vida. Escoger a un fotógrafo de bodas puede ser una lotería. Más experiencia te aumenta las probabilidades de mejores recuerdos, pero no es una garantía. Historias como las de Carolina, aunque no lo crean, son más comunes de lo que pensamos. De hecho, desde hace años había leído varias historias en Estados Unidos de parejas a las cuales les había pasado esto. Algunas de ellas hicieron demandas y recibieron dinero por esto y con todo derecho.
La idea no es hacer sentir mal a ninguna de las partes. Pero sí aprender que, a medida de lo posible, es importante corroborar la experiencia de un fotógrafo de bodas, saber darle el valor que ellos tienen como profesionales y, de la misma manera, las responsabilidades que asumen durante sus actividades.