Había caminado un trayecto de horas largas, pero años cortos. Mi primer camino por los senderos maternales.
El primer paso que di con mi primer hijo en brazos estaba lleno de sentimientos contrapuestos. Era increíble que una etapa tan maravillosa y tan cargada de expectativas me hiciera pasar de la alegría a sucumbir en la frustración más profunda. No me hacía gracia ese vaivén emocional.
En segundos, del cansancio al asombro, de alegría a tristeza. Amor y llanto. Pensé que nunca más volvería a tomar la decisión de pedir otro hijo. Estaba decidida, para aquel entonces. Quería estabilidad.
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Pero descubrí que la maternidad es de puntos opuestos. Un día te sientes extraordinaria y al día siguiente todo fue un caos incontrolable. Un día la paz estuvo con tu acciones y al segundo siguiente se desmoronó en desesperación. En lugar de querer mi vida de antes, descubrí cómo es caminar con eso; más importante: aprendí a disfrutarlo.
Escuchaba que los años pasan y que todo mejora. Es verdad. La vida toma su ritmo y todo pasa. Pero lo más maravilloso lo ves a través del tiempo.
Mi hijo es un reflejo de mí y del papá.
Mi hijo sonríe como le sonreímos en casa. Ama como lo amamos. Comparte como compartimos. Perdona como nos perdonamos. Es el momento justo cuando comprendo que el esfuerzo ha tenido su recompensa y que más que lo que le enseñamos, él nos enseña a nosotros.
Mientras yo continuaba el camino con esas subidas y bajadas, mientras descubría una mejor versión de mí y mientras mi ritmo de vida se acomodaba me di cuenta que el valor de la familia se hizo invaluable. Me hizo crecer como ser humano y lo único que di a cambio fue amor. Fallé muchas veces y siempre recibí un sí ante mis disculpas. Cuando el mundo parece un desorden, mi casa siempre es el refugio plagado de amor. Doy mucho, pero recibo el triple y más.
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Así fue como dije, que lindo escuchar más risas -y más llantos-, más amor, más expectativas de mí misma como persona. Navidades llenas de ilusión, cumpleaños de colores. Momentos donde cerremos la puerta al mundo y estemos nosotros juntos abrazados. Y así fue como cambié aquella decisión de “nunca más” por un ¡vamos de nuevo!
Esa fue la segunda decisión para seguir embancándonos en la maternidad, en la paternidad, en la vida de hermanos y de nosotros como adultos. Que Dios nos acompañe.
Con amor, Ari.